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Dentro de la burbuja de la IA

El 2025 se nos presenta como el año de la consolidación de la inteligencia artificial. No pasa una semana sin que gigantes tecnológicos, desde Silicon Valley hasta Shenzhen, liberen productos que prometen reinventar la productividad, la creatividad y hasta la esencia misma de nuestros negocios.


Las interfaces son más limpias, las respuestas más rápidas y la promesa más grande: una utopía de eficiencia a un clic de distancia. Pero mientras los reflectores nos encandilan con estos avances deslumbrantes, en los directorios y las salas de juntas de América Latina se gesta una crisis silenciosa, una burbuja peligrosa inflada no por el silicio, sino por el humo.


Riesgos de adopción de IA

Seamos directos: la histeria ha engendrado una nueva plaga de "gurús" de la IA. Son fáciles de identificar. Pululan en conferencias, inundan LinkedIn con certificados de cursos de seis semanas y hablan con una elocuencia mesiánica sobre "transformación digital" y "modelos de lenguaje". Han leído los manuales, sí, y pueden recitar de memoria los papers de vanguardia. Sin embargo, su experiencia real en la trinchera, aplicando estas herramientas para resolver un problema de cadena de suministro en Monterrey, optimizar un portafolio de clientes en Bogotá o reducir el fraude en una fintech de São Paulo, es nula.


Estos nuevos profetas del algoritmo están causando un daño tangible y cuantificable. Convencen a directivos, ávidos de no quedarse atrás, de invertir sumas exorbitantes en consultorías vacías y en la contratación de personal "certificado" cuya única habilidad demostrable es la de haber completado un curso en línea. ¿El resultado? Proyectos piloto que generan gráficos espectaculares pero que son imposibles de escalar. Equipos inflados con salarios de estrella de rock que, al cabo de un trimestre, no han logrado mover un solo indicador clave del negocio. Se implementan soluciones efímeras que dependen de costosas licencias y de un conocimiento que nunca se transfiere a la organización. Es una sangría de recursos, tiempo y, lo que es peor, de credibilidad.


Mientras esta farándula de la consultoría cobra sus facturas, los líderes empresariales se enfrentan a un miedo mucho más profundo y real: el robo de su información. En la prisa por "ser innovadores", se está presionando a las organizaciones para que conecten sus datos más sensibles —planes estratégicos, información de clientes, propiedad intelectual— a plataformas de IA de terceros. ¿Dónde están los controles? ¿Quién garantiza la soberanía de esa información?


La verdad incómoda es que muchos de estos "expertos" no tienen la menor idea de cómo construir las arquitecturas de seguridad necesarias. La posibilidad de que los secretos de una empresa terminen entrenando el modelo de un competidor, o simplemente expuestos en la red, no es una fantasía paranoica; es un riesgo latente que nadie en la C-Suite debería ignorar.


Riesgos de adopción de IA

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos resignamos a ser estafados por charlatanes o nos quedamos paralizados por el miedo, condenándonos a la obsolescencia? Ni lo uno ni lo otro. Es hora de pinchar la burbuja con el alfiler del pragmatismo.


Primero, la pregunta correcta no es "cómo usamos IA", sino "¿qué problema de negocio urgente necesitamos resolver?". La tecnología es un medio, no un fin. Enfoquémonos en un objetivo medible y específico, y luego busquemos la herramienta adecuada, si es que es necesaria.


Segundo, valoremos la experiencia sobre los certificados. Exijamos a los consultores y a los candidatos un historial probado en la aplicación de estas tecnologías en contextos empresariales reales y complejos. Que nos muestren cómo redujeron costos, aumentaron ventas o mitigaron riesgos en una empresa similar a la nuestra, no cuántos cursos han aprobado.


Tercero, la seguridad no es negociable. Antes de conectar cualquier base de datos a un nuevo sistema de IA, debe existir una estrategia de gobernanza de datos robusta y a prueba de balas. La soberanía de nuestra información es el activo más valioso que tenemos y no puede ser delegado a la ligera.


Y finalmente, desarrollemos un escepticismo saludable. La inteligencia artificial no es magia, es matemática y datos. Fomentemos una cultura interna de pensamiento crítico que cuestione las promesas grandilocuentes y exija resultados tangibles.


La revolución de la IA es real y sus oportunidades son inmensas. Pero el camino para capitalizarlas no pasa por seguir a los flautistas de Hamelín que hoy nos venden humo a precio de oro. Pasa por el rigor, la prudencia y un enfoque implacable en la resolución de problemas reales. Es hora de dejar de mirar los fuegos artificiales y empezar a construir los cimientos.

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